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jueves, 30 de junio de 2011

Conferencia de el "Perdon"

CONFERENCIA “EL PERDÓN”  (A la Familia) – VERSION ACTUALIZADA  2 0 1 1

“El Perdón”


El perdón no es una Ley Espiritual, sino la expresión de la intencionalidad del espíritu, cuando a través de sus atributos reconoce y acciona según la dinámica de la Normas Espirituales de la Creación.

Representa una aspiración del espíritu, que surge a partir de que gran cantidad de ellos dejaron en vibrar en armonía. En algunos de éstos, implica asumir con comprensión los errores propios y ajenos. En otros, los de Luz o con Luz, sólo los de sus hermanos aún en proceso de evolución espiritual.

Sabemos, entonces, que perdonan tanto los espíritus de Luz, cuanto los que ya están purificados, así como los que aún tienen que corregirse.

“Padre, perdónalos pues no saben lo que hacen”, exclamó el Maestro en la Cruz.
En uno de sus recientes mensajes aclaró que no fue Jesús, el espíritu de Luz que está ahora en la dimensión espiritual, sino el Jesús, humano, quien gritó casi inconsciente por el dolor que le transmitía la barbarie, que Dios los perdonara.
Más que un pedido a Dios, esas palabras mostraron su férrea voluntad de seguir hasta sus últimos momentos transmitiendo la Enseñanza Espiritual, basamento de la Idea Nueva.

Cuando le pidió a Dios que perdone a quienes habían sido los responsables de su crucifixión, estaba expresando que Él, como Redentor, ya los había perdonado y que anhelaba compartir ese perdón con todos sus hermanos, para que la paz espiritual y no el odio germinara después de su partida.
Esta lección la logra elaborar por su experiencia humana, pues como hijo biológico muchas veces les pidió a Venerable María y a Venerable José que también perdonaran a sus hermanos de sangre cada vez que lo agredían. Es que sabía muy bien que los padres padecen el dolor de ver a sus hijos tan queridos disputar entre sí. También comprendía que el perdón entre hermanos, aunque no sea retribuido de la misma manera, alivia, en parte, el profundo dolor de esos progenitores y también a quien lo brinda.

Los Redentores amaron a sus hijos por sobre los distintos estados espirituales que evidenciaban, los perdonaron y siempre tuvieron el anhelo de que ellos también se perdonaran los unos a los otros.

Si en aquélla época la idea que se tenía de Dios era la de un Ser al que debía temerse, el Maestro hasta en su más postrera enseñanza humana en la Cruz, lo comparó con un padre humano bondadoso que no aplicaba condenas ni castigos, sino que perdonaba, razón por la que justificaba que no había motivos para temerle a Dios, sino para amarlo.

Jesús, aunque padeció el dolor de su cuerpo martirizado, logró sobrellevarlo sin rebeldía espiritual y condolerse, por el sufrimiento que esa acción acarrearía a la humanidad toda. Esa fue su máxima expresión de comprensión y amor, antes de abandonar este mundo.

El perdón del Maestro fue la manifestación de la intencionalidad del espíritu, que no guarda rencor ante el dolor.

Perdonó a quienes lo juzgaron y sentenciaron injustamente al suplicio de la muerte por crucifixión, y también a todos los que no lograron comprender su mensaje, implícito en la Idea Nueva que sembró a través del respeto hacia sus hermanos.

Además, intentaba que se lo recordara como el Jesús vivo, humano, y no como el Crucificado. Su misión material terminaba, pero se había iniciado con la finalidad de elaborar la Idea Nueva, y fue cumplida con los más preclaros conceptos de fraternidad expresados en la frase: “Amaos los unos a los otros como hermanos que sois”.

         Por lo tanto, la Escuela Científica Basilio, en reconocimiento a la labor cumplida por El Salvador, tuvo como primer símbolo la Cruz de madera, con la corona de espinas solamente, por indicación del Bien y como representación sublime del amor y el perdón del Maestro.
                  
Es por ese motivo, también, que no utilizamos ningún tipo de imágenes representativas del cuerpo agonizante de Jesús, quien dio el ejemplo al ejercer el perdón, como el camino a ser imitado por sus hermanos.
      Reconocemos a Jesús de Nazareth como el Redentor, en mérito a  su inquebrantable voluntad aplicada a rescatar a sus hermanos, pues Él, inmediatamente de producido la falta de armonía de los espíritus, solicitó al Creador poder ayudarlos. Lo acompañaron en esa misión muchos otros espíritus de Luz y luego, también, los Purificados.
Por sus estados espirituales de perfectibilidad y por el vínculo permanente que mantenían con el Creador mediante sus atributos, no sólo reconocían los ordenamientos de la Creación sino que también obraban acorde a su voluntad y libre albedrío, de forma inteligente y coordinada, formando embajadas espirituales para rescatar a sus hermanos desviados.

Todos los espíritus en el Bien proyectan vibraciones espirituales armoniosas para que los encarnados, al razonar, ofrezcan el Perdón ante los errores que los afecten.
Los espíritus del Bien que cumplen con esa misión, como otras, buscando nuestra Redención, mantienen su identidad propia en el modo de vibrar. Sin embargo, aunque sean distintos espíritus de Luz o con Luz, en conjunto proyectan idénticos propósitos.

El apoyo a todos aquéllos que necesitan el auxilio espiritual del Bien se produce sin ningún tipo de diferenciación, siempre de manera similar, pues dichos espíritus se identifican porque promueven el perdón.

Lo hacen por medio de vibraciones espirituales, con una intencionalidad conjunta hacia el sostenimiento permanente de la benevolencia a favor del prójimo, que lleva a comprenderlo, pese al efecto de las acciones equívocas que hubieran ocasionado daño, en cualquier orden de la vida material o espiritual.

 La forma de proyectar la intencionalidad del Perdón es coordinada por muchos espíritus que la integran; se la puede percibir como un conjunto armonioso de Luz espiritual por proyectar todos la misma iniciativa, aunque cada uno mantiene su propia identidad como espíritu creado por Dios.
Para el espíritu en el error, perdonar implica conducirse acorde a las estructuras Espirituales de la Evolución, en el sendero hacia DIOS. En ese trayecto no está solo, muchas embajadas espirituales proyectan sus intenciones para ayudarlo, EL PERDÓN es una de ellas.

         Particularmente, cuando el hombre aplica la comprensión ante diversas situaciones, tales como ofensas, y perdona, está indicando un cambio evolutivo innegable que podemos entender extremadamente necesario, si se tiene en cuenta los tan numerosos y permanentes errores humanos.
Interpretamos que esta acción de bien actúa casi como si fuera una compensación por los errores que, voluntaria o involuntariamente realizamos, ya sea por falta de conocimiento o por el egoísmo que sostenemos.
Así, perdonar supone la posibilidad de desear ser perdonados. Si no perdonamos, sería imposible subsistir debido a la destrucción que impondrían tanto el odio como la venganza.

En ocasiones creemos que perdonar es olvidar. Sin embargo, esto no es así. Perdonar implica dejar de experimentar un estado espiritual de desarmonía, que está provocado por el recuerdo permanente de una situación dolorosa vivida.

Cuando perdonamos podemos volver a recordar un hecho determinado, aún sentir sufrimiento por lo acontecido, pero ello no perturba al alma. Tenemos paz interior y la transmitimos e irradiamos hacia los seres con los que convivimos.
Sin embargo, perdonar no exime a quien cometió el error de asumir la responsabilidad de sus actos, aunque tenga el perdón del que sufrió el agravio.
Todo aquél que actúa impulsado por sus debilidades en perjuicio de un tercero, altera aún más su estado espiritual. Es preciso que entienda que para retornar al Bien, tiene como único sendero corregirse; que ésta no es sinónimo de sufrimiento sino que implica enmendar equivocaciones y evolucionar.
Por tal motivo, en la Escuela orientamos al discípulo de Jesús para que tienda a mejorar su vida, evitando ocasionar perjuicios, ya que no es suficiente el perdón del otro ser humano para evolucionar, sino que también es necesaria la modificación de uno mismo. Para lograrlo, primero hay que reconocer los errores, pedir perdón por el daño producido y no volver a cometerlo.

De esa manera, no necesitará pedir perdón nuevamente por las mismas equivocaciones, pues el continuar persistiendo en su práctica evidenciaría un retroceso espiritual.

         En ciertas ocasiones, los seres humanos no pedimos perdón por la soberbia que tenemos de aparentar inocencia, cuando mediante los atributos y razonamientos tenemos el conocimiento de la propia responsabilidad. Así, tratamos de modificar la verdad por medio de la práctica de la mentira.
         Sería necesario, reflexión mediante, que reconozcamos los errores y que éstos ya no subsistan, buscando corregirlos.

         El elevado concepto del perdón es distorsionado por una conjunción de factores espirituales y humanos. Así, entonces, todo espíritu en condición humana cuenta con un sistema Mente netamente etéreo, que los espíritus en el error consideran propicio para perturbar al ser humano, de manera sutil y persistente.

En oportunidades, cuando intentamos perdonar en vez de odiar, vemos dificultado ese cambio evolutivo, por el acrecentamiento de nuestras propias debilidades.

Con ese estado espiritual se hace muy difícil que podamos resistir la influencia de erróneas vibraciones espirituales, que encuentran punto de apoyo en nuestros pensamientos más desubicados para alimentarlos. Así, observamos que hay seres confundidos, con desórdenes espirituales y llenos de deseos de venganza, sumidos cada vez más en mayores y peores perturbaciones.

Si tuviéramos un estado evolutivo apropiado, nuestro sistema mente reflejaría tal situación en pensamientos acordes con el Bien. En ese caso, la ingerencia errónea ni siquiera podría ser plasmada en ideas destructivas, porque no se hallarían grabadas, en ese sistema, tal índole de intenciones propias.

         Esta influencia, también acrecienta la hipocresía. En ella se han originado muchas de las ideas materialistas que absuelven las acciones equivocadas, pero que esperan la oportunidad de cobrarse esa deuda moral, espiritual y física, en la primera situación propicia que se presente.

         El perdón no es la absolución de la falta, ésta se debe corregir.

         También, es posible que se acreciente el deseo de ofrecer un supuesto perdón dentro de una modalidad material ajena a la verdad: “Te perdono, pero el mal que has hecho lo vas a tener que compensar”. Este pensamiento lleva implícito un deseo de venganza que desvirtúa la pureza del perdón.

Pueden ser diferentes los propósitos propios que estimulados por el error originan pensamientos equivocados, pero siempre es responsabilidad del espíritu en condición humana elaborarlos, como por caso: “Me ha hecho mal, me ha perjudicado, lo perdono, pero algún día tendrá que pagar lo que me ha hecho y sufrirá tanto como yo.
O también: “No es merecedor de mi perdón, debo denunciarlo, perseguirlo, hacerle comprender lo mal que estuvo; si sufre que sepa que es como consecuencia de su equivocación, y que se lo he deseado como una justa reparación del sufrimiento que pasó, sin merecerlo”.
Bastaría tan sólo con la energía espiritual para que el Bien inmediatamente la asista. Así, con esa toma de decisión de erradicar ideas erróneas propias y apoyadas por el error, éste no tendría punto de apoyo para seguir perturbando espiritualmente.

Pero cuando el ser permanece envuelto en el marasmo de ideas equivocadas que son apoyadas por esa influencia espiritual que las agrava aún más, toma su odio en deseos de venganza y trata de cubrir su apariencia con la máscara de la hipocresía de un supuesto perdón.

         Estas personas presentan las características de producir repulsión y simpatía al mismo tiempo. Quien prolonga su compañía, queda influido de tal manera que puede llegar a pensar como ellos, debido a que su acción espiritual es perniciosa y fuerte, pues aniquilan las buenas intenciones para que surja el equivocado criterio de que se está obrando bien cuando lo que hay es tan sólo hipocresía.

También, en ocasiones, el supuesto perdón está dirigido hacia los que aceptan el dominio espiritual de quien lo ofrece, y que desorientados al pedirlo y recibirlo bajo esas condiciones, atentan contra su propia libertad.

El perdón, en relación a la caridad puede existir como principio moral estatuido y amparado por el Bien. Así, promueve en el hombre impulsos bienhechores, que sin especulación hacia quien necesita, se transmite en acción de amor.

Sin embargo, en ciertas posiciones sociales, no llegan a comprender que es necesario practicar la caridad hacia el hermano necesitado.

Consideran que de ninguna manera ellos son responsables de la pobreza material, y utilizan el criterio generalizado de que por no saber aprovechar las mismas oportunidades de todos, el careciente es único causante de su situación. Finalmente, sostienen que le ayudarán y también perdonarán su falta de capacidad, pero que siempre les deberán estar agradecidos por ello. De esta forma, algunos creen haber practicado la caridad.
La caridad ha de surgir en la propia intencionalidad del alma encarnada. Sólo así es amparada por el Bien, por medio de vibraciones espirituales que afianzan con amplitud esas ideas bienhechoras que se elaboran en la mente de quien va a practicarla.

         Por su estado espiritual aún en proceso de corregirse y evolucionar espiritualmente, en condición humana suele convivir con la equivocación, pero al mismo tiempo desea el bien para sí mismo y los seres queridos.

En esas situaciones, puede cometer torpezas pues aún no desarraigó definitivamente sus errores y necesita, para fortalecer su justa iniciativa, del apoyo que una fe religiosa le pueda brindar, junto a otras instituciones como su propia familia.

La orientación espiritual y material, el conocimiento sostenido de principios de bien, pueden afianzar su energía espiritual, en la búsqueda de concretar sus buenos propósitos. Pero si pretende hipocresía, dominación y fanatismo, ello está alejado definitivamente de la caridad, el amor y el perdón
En general, las sociedades consideran al matrimonio como la unión estable del varón y la mujer, conforme a la ley y como una institución reguladora y ordenadora para la formación de un hogar que, a su vez, facilite en su seno el nacimiento de los hijos.

Y aunque muchas religiones otorgan al matrimonio rango sacramental e indisoluble ante los hombres, pocas intentan explicar la índole de lo espiritual.

En la Escuela, entendemos que la pareja humana está constituida por dos espíritus encarnados, que cada uno habita en un cuerpo biológico y que recorren juntos, etapas de sus vidas, a fin de ayudarse mutuamente, en comprensión y respeto con el objetivo de reparar en el camino evolutivo hacia Dios.
Se ha producido un viraje desde una perspectiva romántica hacia una más práctica, pues la pareja moderna es más compleja y no sólo busca apoyo mutuo sino también compañía, contención y compartir proyectos.
Es posible que lleguen los hijos. Entonces, ¡qué importante sería que esos padres pudieran aplicar el conocimiento espiritual para suavizar disidencias y a veces enfrentamientos, entre los integrantes del hogar!

Es fundamental que eduquemos a nuestros hijos en un ambiente de paz espiritual y les enseñemos la necesidad de perdonar. Que sepan que si tienen la dicha de contar con hermanos de sangre, en el Orden de la Creación, todos somos hermanos espirituales por haber sido originados por el mismo Creador.

Por lo tanto, no sólo es menester perdonar al hermano carnal sino también al que no lo es, pues como hijos de Dios todos proyectamos y recibimos las vibraciones espirituales que, según la índole de las intenciones que conllevan, nos dañan, o nos dan dicha.

Las Enseñanzas que el Maestro, Jesús de Nazareth, transmite han de ser útiles para que los padres inculquen el sentido de responsabilidad, tanto como la comprensión que debe primar entre ellos por el amor fraterno que se profesan. Además, para que puedan formarlos en el estímulo y la práctica de las virtudes, que parecieran ya pasadas de moda, como el respeto a la vida desde la concepción.

El amor entre padres e hijos concurre a compatibilizar los opuestos y es insustituible para ayudar a los niños a emanar buenos sentimientos, desde tierna edad. Y aunque es muy probable que la palabra amor en el lenguaje de niños y adolescentes sólo sea utilizada en algunas oportunidades, porque les suele dar vergüenza, han de conocer que representa el alimento de todos los buenos sentimientos.

Si desde niños logran ser amados y perdonados por sus padres y también amarse y perdonarse entre hermanos de sangre, se están preparando, para ir sintiendo, de a poco, lo mismo por quienes no pertenezcan exclusivamente al círculo de su familia.
La familia se ha transformado y ahora cuenta con nuevas configuraciones en los lazos familiares, relacionadas con procesos espirituales que dejaron atrás el dominio que ejercía por ejemplo, el “jefe de la familia”. Pero ello no debe ser causa que justifique el desvío de responsabilidades, o la ausencia de valores tales como el amor, el perdón, la verdad o la justicia.
Así, esta Institución lleva como lema: “Hacia Dios con la Verdad y la Justiciay la Cruz es símbolo de Amor y de Perdón.
Resulta casi imposible que, en este mundo, todos dejen de cometer errores y obren de acuerdo a nobles intenciones, ya que la misma convivencia con lo espiritual y lo material produce alteraciones harto conocidas.
Para efectuar un cambio evolutivo no es suficiente la buena voluntad, pues sólo estarían en condiciones y llevarían a la acción sus propósitos aquéllos que ya se encontraran cumpliendo diversas etapas evolutivas.

Lo fundamental es generar las condiciones para que los que no tienen esas elevadas aspiraciones, puedan sentir el deseo de alcanzarlas y se conmuevan. Por ese motivo los Espíritus del Bien proyectan hacia nosotros sus vibraciones espirituales,         para que en nuestro razonamiento tomemos la decisión de Perdonar, y esa acción nos rescate del sufrimiento que causa la incomprensión, el odio y la venganza.

En ese proceso de modificación evolutiva, el conocimiento espiritual es fundamental para incentivar la fe comprobada, que estimula la voluntad y energía espirituales a fin de concretar en acción el propósito del espíritu, como puede ser el de perdonar y ser perdonado.
      En estos casos, el perdón implica una oportunidad de corregirme reconociendo la Dinámica de la Creación.
         Quienes están condicionados por sus errores, y viven una burda parodia, que intenta reemplazar al perdón por la hipocresía y la mentira, tienen un estado espiritual que en ningún momento se puede llamar de felicidad, pues ésta sólo la logrará cada uno de los espíritus que se encuentran en el error, cuando recobren la Luz Espiritual, por sus intenciones y acciones de bien.
         El amparo al perdón proviene del Bien, lo que motiva que no pueda ser practicado por aquéllos que no cuenten con la intención voluntaria, libre, tanto sea para darlo, cuanto para pedirlo o recibirlo.
Dijo Jesús:

Dichoso eres cuando perdonas, porque no se instala en ti el rencor. Al no haber rencor, no hay odio, y al no haber odio nunca se va a intentar la venganza de algo que no se ha gestado.

El perdón no se dice, no se proclama, simplemente se perdona. Ello no significa que se olviden la ofensa o el agravio, porque no se pueden olvidar.
No busques la reconciliación con la parte que te ha ofendido porque puede no experimentar lo que sientes cuando perdonas. Porque cuando perdonas el beneficiario eres tú mismo, no la otra parte. Reconciliarte con aquél que te ofendió es un proceso que es probable.

Es importante que interpretes y comprendas que después que lo perdonaste sinceramente y al ser tú el primer beneficiario, no se anidó en ti lo que detrás de la ausencia del perdón se gesta, que es el rencor, el odio y la venganza.
Perdona, hermano, pero comprende que cuando yo pedí el perdón de Dios para ustedes, lo hacía por el gran amor que les tenía; pero el perdón era mío, no de Dios, y así lo fue.

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